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  • Fecha: 17 de Julio 2025
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por Alejandro Ramón Arias 10 de julio de 2025
En el mundo organizacional actual, donde la complejidad de las operaciones y la presión por resultados van en aumento, hablar de gestión de riesgos ya no es una opción: es una necesidad. Sin embargo, a pesar del avance en normativas, sistemas de gestión y buenas prácticas, los eventos no deseados siguen ocurriendo. La pregunta que surge es: ¿por qué? La respuesta no es tan simple como seguir un procedimiento o aplicar un checklist. El reto está en comprender cómo las personas perciben el riesgo, cómo esa percepción influye en sus decisiones, y cómo esa suma de decisiones impacta el desempeño global en seguridad. Más allá del cumplimiento: cultura, liderazgo y valor Muchas organizaciones han enfocado sus esfuerzos en el cumplimiento normativo como forma principal de gestionar la seguridad. Pero cumplir no siempre significa transformar. En algunos casos, la seguridad sigue viéndose como un conjunto de reglas externas, impuestas desde fuera, y no como una decisión estratégica que parte del liderazgo y se vive en la cultura diaria. Esto genera una desconexión: la cultura que se declara no siempre es la que se practica. Las reglas pueden existir, pero si no son claras, comprendidas ni reforzadas, pierden efectividad. La percepción no es universal: es situacional y personal Cada colaborador interpreta los riesgos desde su experiencia, creencias, emociones y conocimiento. Factores como la rutina, la presión operativa o incluso el diseño del trabajo pueden influir en que una situación peligrosa no sea percibida como tal. Esto explica por qué dos personas ante el mismo escenario pueden actuar de forma completamente distinta. Además, los riesgos no se administran igual: los relacionados con tareas, con maquinaria o con procesos tienen dinámicas distintas, y requieren enfoques diferenciados. La gestión efectiva parte de saber observar, clasificar y priorizar. El liderazgo también percibe (o no) el riesgo Una de las claves para evolucionar en la seguridad es el impacto del liderazgo. No basta con estar informados: los líderes deben actuar como agentes de transformación. ¿Reconocen que la percepción del riesgo es un tema estratégico? ¿Están generando un entorno donde las personas se sienten responsables, pero también respaldadas? ¿Hay rendición de cuentas real (“accountability”) o solo se reacciona ante incidentes? Estas preguntas son esenciales para dejar atrás modelos centrados en el control y pasar a modelos interdependientes, donde la seguridad se construye entre todos, de forma consciente y compartida. Seguridad como inversión preventiva, no como costo reactivo Gestionar la percepción del riesgo es, en el fondo, una inversión inteligente. Es anticiparse a lo que puede fallar, reducir pérdidas invisibles y fortalecer el compromiso de las personas con su entorno. Invertir con sentido preventivo implica desarrollar habilidades, adaptar procesos, revisar creencias y transformar culturas. Las organizaciones que deciden hacerlo no solo disminuyen incidentes: aumentan su capacidad de adaptarse, crecer y generar confianza.
por Alejandro Ramón Arias 13 de junio de 2025
En toda organización orientada al cuidado de las personas, los eventos no deseados —por más lamentables que sean— representan una oportunidad invaluable para el aprendizaje. Aunque el primer impulso puede ser el silencio, la corrección inmediata o incluso la búsqueda de culpables, lo que realmente transforma a una empresa es la capacidad de mirar con apertura, aprender con empatía y actuar con propósito. Los eventos como punto de partida, no como final Los incidentes en el trabajo nos recuerdan que la seguridad no es una meta estática, sino un proceso dinámico y siempre en construcción. Nos recuerdan que, por más controles, sistemas o entrenamientos que existan, la vulnerabilidad sigue presente. Y por eso es tan importante hablar de lo que pasó, entender por qué pasó y, sobre todo, qué podemos hacer para que no vuelva a suceder. Comunicar para transformar: el poder de los mensajes bien contados Cuando compartimos lo aprendido tras un evento, no solo damos visibilidad a los hechos. También: Reconocemos que el error no es falla moral, sino un resultado de condiciones, hábitos o vacíos de percepción. Humanizamos la seguridad, mostrando consecuencias reales y generando empatía. Fortalecemos la cultura interna al dejar claro que aprender juntos es parte del camino hacia la excelencia. Activamos la conciencia colectiva: “Esto le pasó a alguien como tú. Y si bajamos la guardia, puede volver a pasar.” Del dato al impacto: cómo construir mensajes que sí llegan Para que estas comunicaciones realmente generen conciencia y cambio, es importante: Dar contexto con claridad: Explicar qué ocurrió, sin tecnicismos ni dramatización. Compartir testimonios (cuando sea posible): Una voz auténtica dice más que cualquier estadística. Reflexionar sin culpar: Enfocarse en condiciones, no en personas. Visualizar el riesgo real: Mostrar lo que pudo haber pasado si no se refuerzan hábitos. Llamar a la acción colectiva: Involucrar a todos, desde lo personal hasta lo organizacional. Una cultura que aprende es una cultura que evoluciona La diferencia entre una organización que reporta incidentes y una que aprende de ellos está en la calidad de las conversaciones que genera. Si cada evento difícil se transforma en una oportunidad para hablar con franqueza, reforzar compromisos y empoderar decisiones seguras, entonces estamos avanzando. Lo que se comunica con propósito, se recuerda. Y lo que se recuerda, transforma.
por Alejandro Ramón Arias 29 de mayo de 2025
En muchas organizaciones, el liderazgo en seguridad aún se basa en un modelo directivo tradicional: dar órdenes rápidas con la idea de tener el control. Aunque este estilo puede parecer eficiente, suele inhibir la participación del equipo, limita el compromiso real y, en el fondo, crea entornos inseguros. Cuando el líder no está presente, el comportamiento cambia… y no siempre para bien. ¿Por qué fracasan tantos intentos por transformar la cultura de seguridad? Estudios muestran que aunque el 83% de los líderes comunican sus valores, solo el 19% los refleja en sus decisiones y apenas el 1% logra impactar realmente en la cultura del personal. Esto sucede porque la transformación no se logra con discursos, sino con acciones consistentes que construyen relaciones basadas en la confianza. El Líder-Coach: al servicio de su gente El enfoque de liderazgo basado en coaching propone un cambio de paradigma: el líder deja de ser un supervisor para convertirse en un aliado. Cree en su equipo, lo potencia, lo escucha sin juzgar y se compromete con su desarrollo. Un Líder-Coach inspira comportamientos seguros sostenibles y genera sentido de pertenencia. Escuchar también es liderar Uno de los pilares de este modelo es la escucha activa. Escuchar en seguridad implica estar presente, guardar silencio, mantener contacto visual y empatizar con lo que la otra persona dice y siente. No se trata de dar soluciones inmediatas, sino de guiar con preguntas que lleven a la acción y a la reflexión. La seguridad como conversación transformadora El liderazgo basado en coaching impulsa conversaciones significativas que activan el compromiso del colaborador. Preguntas como ¿Qué vas a hacer? o ¿Qué obstáculos prevés? promueven la autonomía y preparan al equipo para tomar decisiones seguras, incluso sin supervisión directa. Conclusión Adoptar un enfoque de Líder-Coach en Seguridad es apostar por una cultura organizacional más consciente, humana y efectiva. No se trata solo de evitar accidentes, sino de construir entornos donde las personas se sientan escuchadas, valoradas y comprometidas con su propio bienestar.

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